Nosotros

Maldito Records: 25 años de una discográfica única


 VALÈNCIA. Se cumplen 25 años del nacimiento de Maldito Records, unos pocos menos desde que Emilio Gerique se hiciera cargo del sello y lo propulsara hasta lo que es hoy: el sello independiente más importante de España. Para celebrar tan emocionante efeméride Maldito ha publicado un libro repasando la historia del sello, su lectura es también un viaje, como lo puede ser también el libro Yo, M. Rock en la Valencia Subterránea, por la historia del rock de una ciudad.

Cojo a Emilio justo en el momento que estaba embarcando en el tren, que le llevaría a Madrid para presentar el libro, que este mismo jueves se presenta en la FNAC de València.Surcamos la historia del sello, y por ende de su protagonista, pasando por túneles que nos apagan la comunicación y rememorando una historia fascinante. Emilio ha estado en todos los ángulos del rock, desde promotor, dueño del legendario bar Alcatraz, músico en Insania hasta estar en Maldito Records. Es una voz más que autorizada para hablar de rock, además de ser una persona locuaz e inteligente.

Emilio comenzó como casi todos -¿quién le iba a decir que años más tarde, él sería el dueño de un sello?- montando un grupo, Marat-Sade. “En esa época todo el mundo montaba bandas”, recuerda, “siempre con ganas de hacer cosas en la cultura y la música pero realmente no había ningún tipo de nociones ni nada”. Antes de seguir el teléfono se corta. Marat-Sade surgió en 1988, una época de efervescencia cultural, con varios centros neurálgicos. Uno de ellos: el Carmen. Emilio todavía era un crío. “Sí, 18, por ahí, sí”, admite.

El rock y el punk estaban en boga. Contaban con centenares de seguidores y salas de conciertos. “Yo recuerdo salas, salas como Babia. Babia era una sala que estaba cerca de Viveros, que todos los jueves, viernes y sábado, programaban música y siempre había gente, siempre estaban ahí”, recuerda. “La gente vivía el descubrir bandas, el ir a los conciertos, yo recuerdo cuando empezábamos a tocar estaba siempre bien de gente, porque la gente quería conocer, ahora, la agilidad que te provoca el digital, pues, pierdes ese encanto de descubrir”, dice.

En aquellos años era la sala la que te pagaba por tocar, en parte porque era prácticamente el único lugar donde ver música en directo. La sala era el lugar de reunión de la gente que le gustaba la música. No solo estaban las sala, también las casas okupas. Uno de esos lugares ha quedado en el recuerdo para una generación por la programación musical que tenía. Recuerdo con Emilio el concierto, convertido en mito, de Green Day antes de su explosión con Dookie en Estados Unidos en el Kasal Popular de la calle Flora. “Yo cuento la anécdota de Green Day, que cantó con mi micro, tocaron con mi equipo. Green Day venía cuando eran menores de edad, entonces no los conocía nadie, iban al Kasal Popular, y ahí coincidió que yo siempre a la gente, a los okupas de la época, pues, les alquilábamos, por cuatro chavos el equipo de voces, y era el mío, entonces, pues, ahí estábamos, bueno, había como un cultivo”

Emilio estaba en todos los saraos que tuvieran que ver con la música y la cultura. Siendo casi un crío y con un buen trabajo, el rock volvió a llamar a su puerta, esta vez con más insistencia. Dio otro paso, que podríamos catalogar como arriesgado. Montó un garito de rock, el mítico Alcatraz. “Bueno, porque yo lo que quería era estar en la pomada, no sabía muy bien cómo llegar, pero me gustaba el mundo, ese mundo, y nada”, señala. “Yo le digo un día a mi madre: mamá, ya lo tengo claro, voy a dejar el trabajo, voy a mantener la facultad pero voy a montar un bar de rock. La mujer puso una cara de que me quería matar (risas)”. Al final, Cristina Martínez y él, consiguieron  el dinero y se quedaron con el local, que para nada tenía un pasado rockero. “De hecho, el bareto se llamaba Giovanni, era un bar de contactos, y cuando entramos, estaba todo con terciopelo, con terciopelo rojo en las paredes, que era súper ilegal. Había un piano de coña, había flores de plástico, era todo como berlanguiano. Lo quitamos todo, lo pintamos todo de negro”, rememora.

El Alcatraz fue histórico. Un garito de rock cerca de la cárcel de València, aunque el nombre no tenía nada ver, que se mantuvo en pie doce años. “Fue un episodio súper bonito, porque aparte, yo ahí, ahí sí que me faculté, me faculté en psicología”, dice. El ambiente de un bar de rock es único. “Era alucinante, era familiar, era como estar en familia, eso también era dura. En esa época tocaba un montón, tocaba cada fin de semana”, apunta. Hasta que un día se terminó. “Ya no me apetecía estar en la barra, era duro; al final lo pudimos colocar”

Con Alcatraz hicieron de todo, aunque uno de los eventos más recordados por todos, y que Emilio señala en el libro, es el primer concierto de Extremoduro en València. Un bolo único en la sala La Gasolinera Live en Beniparrell. “Un componente de mi banda contactó con Raúl, que era el manager de Extremoduro. Llegaron a un acuerdo económico para hacer un concierto. Era una banda que tenía la aureola de problemática porque a veces no aparecían. Y este chico les contrató la sala, montaron el concierto y nosotros le patrocinamos y les ayudamos con la logística. Empapelamos el Alcatraz entero de carteles de Extremoduro viejos, más viejos del año 92, o sea, eran del 92 para atrás”.

Con Alcatraz dio sus primeros pasos en esto de montar una discográfica y sacar a bandas que te gustan y crees que tienen potencial. “Yo tenía el Alcatraz, venía muchísima gente, muchísimos grupos. Y había muchos grupos que necesitaban esa visibilidad, no había nadie que autoeditara, no había nada”, dice. “Entonces, pensé que como vienen aquí todos los músicos, por qué no montas un sello y por lo menos das salida a amigo. Y fíjate, el primero fue de Ciudad Real (Moby Dick) y luego entró A pico y Pala. Fue un primer paso”.

Como he comentado, Emilio, hombre inquieto por naturaleza, tenía una banda, Marat-Sade, aquello duró lo que duró y pronto arrancó con otro proyecto más ambicioso, Insania. Su primer plástico, Los Pensamientos Enterrados no provocan Lágrimas apareció en 1996, pero no fue hasta su segundo elepé, Manicomio que no ficharon por un sello potente, o al menos con mayor potencia: Maldito Records, discográfica que luego compró. “Se montó un festival itinerante, que se llamó Maldito Rock, ese festival tocaban varias bandas, estaba Mägo de Oz, La Polla, Porretas…se hizo uno de esos festivales en Buñol, y se regalaba con la entrada un disco, y ese disco era un  recopilatorio de todas las bandas, entonces, entramos con ellos en esa historia”, recuerda.

Maldito Records, que en aquel momento no tenía nombre todavía, estaba dirigido por el dueño del Viña Rock, José Gómez, alias, Pepe Matarile con la intención de montar un sello. “En ese mismo momento ellos buscaban una banda para montar una discográfica, a Pepe le gustó el nombre de Maldito, y lo utilizó también para la discográfica. El germen del nombre nació como el festival. Buscaban a una banda y vinieron a un concierto nuestro en Metrópolis, que fue exageradamente brutal”, ya tenían medio pie dentro. “Nos llamaron después del concierto, y nosotros fuimos, en la vida nos había llamado una compañía de discos, no sabíamos ni qué tipo de acuerdo, ni nada. Llegamos ahí, él tampoco tenía una estructura discográfica, simplemente tenía un potencial, ya tenía un festival potente como el Viña. Lo que queríamos era apoyo”.

Publicar un comentario

0 Comentarios