El escritor estadounidense Bill Bryson comienza su magistral obra “Una breve historia de casi todo” dando la enhorabuena al lector simplemente por existir. Es una felicitación extraña pero cobra todo el sentido cuando pensamos en todos los eventos, casualidades y posibilidades que han tenido que ocurrir para que estemos hoy aquí.
Durante millones y millones de años, nuestra especie se ha enfrentado a una amplia diversidad de problemas, calamidades y amenazas que han puesto en riesgo su continuidad en este planeta… y aún así, aquí seguimos.
No ha sido fácil, de hecho se estima que el 99% de las especies que han vivido durante toda la historia de la Tierra ya se han extinguido, lo que nos lleva a pensar en cómo lo hemos conseguido y qué herramientas hemos utilizado para prosperar en un entorno tan difícil.
De entre todas las ayudas que la evolución nos ha ido dotando con el paso del tiempo, posiblemente la capacidad de anticiparnos al peligro sea una de las más importantes.
Sin ir más lejos, se suele decir que somos los descendientes de aquellos primates que aprendieron a huir del tigre, aquellos antepasados que al ver una sombra extraña en un arbusto conectaron los puntos rápidamente en su cerebro y echaron a correr.
A veces no había tigre detrás del arbusto pero, a la larga, esa rápida respuesta fue crucial para escapar con vida cuando sí lo había. Contamos con varias habilidades cognitivas que nos permiten detectar amenazas potenciales y el olfato es una de las más destacadas, poniéndonos en alerta antes incluso que la propia vista.
Esta misma semana, investigadores del Departamento de Neurociencia clínica, del célebre Instituto Karolinska han publicado un artículo en PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences) en el que analizan cómo funciona el olfato en la detección de peligros y han llegado a dos conclusiones realmente fascinantes.
La primera de ellas es que los olores negativos (asociados con una sensación de malestar o incomodidad) se procesan en el cerebro antes que los olores positivos y desencadenan una respuesta de evitación física. Desde el punto de vista de la evolución, esta prioridad de los olores negativos frente a los positivos tiene toda la lógica puesto que la supervivencia del individuo depende de esa velocidad de procesamiento.
Precisamente, la segunda conclusión del estudio hace referencia precisamente a esa velocidad y los propios autores lo explican así: “la respuesta humana de evitación a los olores desagradables asociados con el peligro se ha visto durante mucho tiempo como un proceso cognitivo consciente, pero nuestro estudio muestra por primera vez que es inconsciente y extremadamente rápido”
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